La película que reinventó la conversación sobre poder, ambición y estilo regresará pronto a la pantalla grande. Con el reciente lanzamiento del primer teaser de su secuela, El Diablo Viste a la Moda vuelve a ocupar el centro del debate cultural casi dos décadas después de su estreno. Pero antes de reencontrarnos con Miranda Priestly y Andy Sachs, conviene entender por qué esta obra de 2006 trascendió su tiempo para convertirse en un clásico de culto moderno.
El retrato definitivo del poder y la ambición
Cuando El Diablo Viste a la Moda llegó a cines en 2006, nadie imaginó que sería mucho más que una comedia sobre una joven asistente en una revista de moda. Basada en la novela de Lauren Weisberger, exasistente de Anna Wintour, la cinta se convirtió en un análisis inesperadamente profundo sobre la ambición, el sacrificio y las tensiones entre integridad personal y éxito profesional.
A través de la mirada de Andy Sachs (Anne Hathaway), el público descubrió una industria donde la excelencia es una obligación y donde cada elección —hasta el más mínimo detalle estético— es una declaración de poder. Pero el corazón de la película siempre fue la relación entre Andy y Miranda Priestly (Meryl Streep), una dinámica que se convirtió en un símbolo del liderazgo femenino bajo presión, y de cómo las mujeres en el poder enfrentan expectativas y juicios muy distintos a los de los hombres.
La cinta no solo mostró el ascenso profesional de Andy, sino el costo emocional de convertirse en parte de un sistema voraz que exige renunciar a partes esenciales de uno mismo.
Nueva York, el epicentro del deseo
La película se convirtió en un documento emocional de la vida urbana estadounidense en los años 2000. Nueva York, retratada como un territorio feroz y brillante, encarna la promesa del sueño profesional moderno: un lugar donde todo puede lograrse, pero también perderse.
El vestuario, diseñado por Patricia Field, fue clave para construir esa mitología. Las prendas contaban una historia silenciosa sobre la transformación de Andy: cómo la ropa era el acceso a un nuevo mundo y, al mismo tiempo, la señal de que estaba perdiendo el anterior.
Miranda Priestly: del villano al mito cultural
Pocas interpretaciones han marcado tanto a la cultura pop como la de Meryl Streep. Miranda Priestly redefine el concepto de villano cinematográfico con una actuación basada en la precisión, la frialdad estratégica y el poder silencioso.
Su versión del liderazgo es incómoda, compleja y absolutamente memorable. No es solo la antagonista de Andy: es un reflejo de las exigencias brutales de un sistema donde la perfección es una ley no escrita.
La película presentó a Miranda como una figura que encarna la hegemonía cultural: Runway no solo viste al mundo, lo forma. Y ese control simbólico es lo que la convirtió en un personaje inmortal.
Una sátira que se volvió espejo
Con el paso de los años, El Diablo Viste a la Moda dejó de ser solo una cinta sobre moda para convertirse en un retrato vigente del capitalismo emocional:
- cómo medimos el éxito,
- cuánto estamos dispuestos a sacrificar,
- y en qué momento dejamos de reconocernos.
Por eso se transformó en un clásico de culto. No porque hable de ropa, sino porque habla de nosotros, de la delgada línea entre la aspiración y el vacío, del vértigo de intentar ser “alguien” en una ciudad que devora identidades.
El regreso de un fenómeno
Ahora, con Miranda y Andy listos para volver, la nostalgia se mezcla con la curiosidad: ¿cómo evolucionan estos personajes en un mundo donde las redes sociales, la cultura del burnout y la estética digital han redefinido el poder?
La secuela no solo será un reencuentro, sino una oportunidad para actualizar el espejo que la película original nos puso hace casi veinte años.
Una cosa es segura: Miranda y Andy no solo vuelven como personajes, sino como símbolos de una conversación eterna sobre identidad, ambición y transformación.