La esperada segunda parte de Wicked llega en un momento en el que su director, Jon M. Chu, considera que las historias sobre empatía, diversidad y vínculos humanos son más relevantes que nunca. Tras el enorme éxito de la primera entrega —que acumuló más de 750 millones de dólares en taquilla global y múltiples nominaciones al Óscar—, el cineasta promete una continuación más madura, más política y mucho más emocional. Wicked: For Good, prevista para estrenarse el 21 de noviembre de 2025, aspira a expandir el universo de las brujas de Oz sin perder de vista el corazón que ha convertido al musical en un fenómeno cultural.

La amistad femenina como eje central

Para Chu, la columna vertebral de Wicked: For Good es la evolución de la amistad entre Elphaba y Glinda, un vínculo que comenzó lleno de tensiones adolescentes en la primera parte, pero que ahora se transforma en un retrato íntimo de dos mujeres adultas obligadas a navegar un mundo hostil.

La historia inicia con un salto temporal significativo.

  • Elphaba, convertida ya en la Bruja Malvada del Oeste, vive en clandestinidad y trata de reparar los daños provocados por el Mago. Su lucha ahora es política y moral, impulsada por una necesidad de visibilizar la verdad detrás del discurso oficial.
  • Glinda, mientras tanto, ha ascendido al papel de figura pública perfecta: un rostro impecable para la Ciudad Esmeralda, controlado de cerca por Madame Morrible.

Para Chu, la fuerza del relato radica en observar cómo estas dos mujeres, moldeadas por presiones externas y narrativas impuestas, intentan defender su amistad pese a un sistema empeñado en enfrentarlas. La película, asegura, aborda cómo el poder, el miedo y la manipulación pueden distorsionar vínculos profundos, y cómo la lealtad sobrevive incluso en un contexto de ruptura.

Una advertencia política disfrazada de fantasía

Aunque Wicked: For Good no busca dar un sermón explícito, Chu reconoce que la cinta funciona como una reflexión inevitable sobre el presente. En su conversación con Cadena SER, explicó que el carácter político de Oz siempre ha estado latente en sus diversas adaptaciones: surgió en un periodo de incertidumbre social y su relevancia parece renovarse cada generación.

La Ciudad Esmeralda es retratada como un territorio marcado por el fanatismo, la manipulación colectiva y la concentración del poder.
En el centro de ese engranaje se encuentra el Mago, interpretado por Jeff Goldblum, cuya figura encarna la posverdad: controla el relato oficial, fabrica enemigos públicos y distorsiona la información para sostener su liderazgo.

Elphaba, marginalizada por su diferencia, se convierte en el blanco perfecto para este tipo de narrativa política. Su historia demuestra cómo una sociedad puede construir villanos a partir de prejuicios y temores colectivos.

Para Chu, el subtexto es claro:

“Es una advertencia sobre nuestro pasado, sobre dónde hemos estado y hacia dónde nos dirigimos. Es, más que nunca, un espejo.”

Regresar a Oz sin perder la identidad propia

Uno de los desafíos de Chu fue equilibrar el homenaje a El mago de Oz sin permitir que la nostalgia eclipsara la historia. La película incorpora conexiones visuales y narrativas sutiles, desde las famosas baldosas amarillas hasta escenas que insinúan el origen del Hombre de Hojalata.

También está la presencia de Dorothy, cuya identidad se mantiene a propósito en el misterio. Chu señala que mostrar abiertamente su rostro habría forzado un protagonismo que no corresponde a esta historia; por ello, opta por planos parciales que evocan la leyenda sin desplazar el foco de Elphaba y Glinda.

Aunque la secuela es más trágica en tono, Chu rechaza la idea de que sea una película oscura. Asegura que es una obra más emocional, consciente de la complejidad del mundo que retrata. Para él, el musical sigue siendo un lenguaje excepcional para explorar sentimientos profundos: la música permite expresar aquello que ni el diálogo ni la imagen pueden contener.

Una secuela que apuesta por el espectáculo y la intimidad

Con un estreno programado para noviembre de 2025, Wicked: For Good se perfila como un proyecto que busca algo más que continuar una historia de fantasía. Para su director, el verdadero poder de la película está en combinar espectáculo visual, reflexión política y un retrato íntimo de la amistad femenina, un tríptico que conecta tanto con quienes crecieron con Oz como con una audiencia contemporánea que encuentra en esta saga un espejo de los dilemas del presente.