A simple vista, Parque Jurásico parece una película dominada por dinosaurios. Su impacto cultural, sus escenas icónicas y la memoria colectiva han creado la sensación de que los colosales reptiles están presentes durante casi todo el metraje. Sin embargo, la realidad es muy distinta: en sus 127 minutos de duración, los dinosaurios apenas aparecen alrededor de 15 minutos en total. Un dato sorprendente que confirma, una vez más, la maestría narrativa de Steven Spielberg.
Cuando el director regresó a este universo con El mundo perdido (1997), la filosofía fue radicalmente diferente. El equipo de efectos especiales apostó por “más dinosaurios y más acción”, convencido de que el público quería verlos sin descanso. Pero en la película original, Spielberg optó por una estrategia opuesta: hacer que cada aparición contara, convirtiendo la ausencia en una herramienta de tensión.
Esta decisión tuvo un aliado fundamental: los animatronics. Parque Jurásico fue una de las últimas grandes superproducciones donde los actores reaccionaban ante criaturas físicas y no frente a pantallas verdes. Laura Dern ha recordado con asombro cómo fue enfrentarse al tricerátops enfermo: una experiencia genuina de admiración. No ocurrió lo mismo con los velocirraptores, cuya cercanía resultaba francamente aterradora. Esa fisicidad elevó el realismo de cada escena.
El resultado fue una ilusión perfecta. Como explicó uno de los responsables de los animatronics, el espectador cree estar viendo dinosaurios constantemente, cuando en realidad su presencia está cuidadosamente dosificada. Pero cuando aparecen, lo hacen con una calidad tan impactante que se quedan grabados en la memoria.
Spielberg ya había perfeccionado esta técnica años antes con Tiburón (1975), donde el escualo apenas se ve en pantalla. Curiosamente, Parque Jurásico tiene más minutos de dinosaurios que Tiburón de tiburón, y aun así la sensación de amenaza constante es similar. Es el poder de la sugerencia, del montaje y del fuera de campo.
La próxima vez que vuelvas a Isla Nublar, cronómetro en mano, quizá te sorprendas. Lo que parecía omnipresente, en realidad fue escaso, preciso y magistral.